“Ahora sólo deseo conservar para siempre ese momento en penumbra, ese silencio que abraza, ese olor que es para mi alma una caricia.
No hay rencor. Ya da igual lo que fui en ti, pues he entendido que lo único importante ha sido siempre lo que tú eres en mí. Y hoy, una vez que todo ha cambiado, me llevo una extraña y amarga paz y un deseo infinito de que seas feliz.”
Hoy a las 3:15 am. del nuevo horario de México, terminé de leer “Donde siempre es otoño”, de la escritora española Ángeles Ibirika.
Debo confesar que después de haber leído: “Antes y después de odiarte” y “Entre sueños”, tenía grandes expectativas sobre qué me depararía este nuevo libro. Y realmente de todo lo que pensé o imaginé, me quedé corta, comparado con todo lo que viví al leerlo.
Lo primero que me atrapó y me gustó, es que el protagonista principal, es el hombre: Ian O’Connell. En él recae el origen y desarrollo de la historia, aunque está narrado en tercera persona. Y a pesar de su físico, de su magnetismo y de ser un famoso escritor, empieza siendo la antítesis de un personaje ideal: cínico, mujeriego, infiel e incluso sarcástico. Siendo escritor de novelas románticas, creía que ese amor que el narraba, sólo existía en los libros, que en la vida real no era posible amar de esa manera que te puede llegar a quitar el aire de los pulmones cuando no tienes al ser amado a tu lado… No, eso no era para él.
Elizabeth Salaya aparece de pronto en su vida, como esa misteriosa mujer del lago en Crystal Lake. Enigmática, hermosa, tímida…que se le mete hasta lo más hondo del alma y de los huesos. Quien en momentos aparenta ser una persona, y en otros representa a otra mujer. Con secretos y misterios que Ian no logra decifrar.
Y la pluma maravillosa de Ángeles, me llevó nuevamente a vivir el libro con mis 5 sentidos a flor de piel. Porque cuando ella narra que se escucha el sonido del crujir de las hojas caídas en otoño… tú escuchas realmente ese crujido. Cuando nos dice que se huele el aire, y el musgo y el salitre del lago, en verdad sientes ese olor. De la misma manera, cuando ellos aman, sufran o lloran…el alma se te parte y estás llorando y sangrando su dolor.
Y del maravilloso sitio de Crystal Lake, pasamos también por el frío Baltimore y su lluvia…y esos momentos maravillosos que viven ahí. Para después regresar a la vida agitada de Manhattan, que está envuelta en la locura del mundo de la política y la vorágine de la lucha por la silla Presidencial de los Estados Unidos.
Y en ese mundo suceden encuentros y desencuentros. Miradas acusadoras, miradas de amor, y miradas que no sabemos cómo interpretar. Y cuando piensas que va a pasar una cosa, sucede lo contrario, y todo el libro nos mantiene en ascuas, en un suspenso que nos lleva al límite de los sentimientos.
Los personajes secundarios son igualmente especiales y definidos: Audrey y su gran amor no correspondido, Édgar y Jenny brindando siempre esa amistad inquebrantable, el senador Thompson que a pesar de actuar en ocasiones de mala manera y de querer ser Presidente con todo y contra todo, sabe reconocer cuando comete un error, y lo más importante, supo retirarse de escena cuando llegó el momento.
Y las últimas 60 páginas se viven al filo de todo. Con la piel erizada, con el llanto cegándote la vista, con sollozos que no puedes reprimir, con la angustia que se te sale por la boca, con el dolor lacerándote las entrañas… Pero sobre todo, con el amor carcomiéndote el alma… y hablamos de ese amor, del cual Ian no creía que existía en la vida real…
Ángeles Ibirika... ¿Qué me has hecho?...
Gracias desde el fondo de mi alma, por llevarme a vivir tu libro al límite de mi sentir. Gracias por hacerme vibrar de esta manera.Gracias por esta historia que se me metió hasta los huesos.
De corazón te digo que eres de mis escritoras favoritas, y sin duda alguna estás ya en el top 5 de mi lista !.
Me encanto (para variar) besitos mi Cristy continua inspirándote jajaja
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