"Tú no eres mío, ni yo soy tuya. Lo
nuestro va más allá de eso. Yo soy tú y tú eres yo porque compartimos el alma,
Aitor".
Navegando de regreso de Buenos Aires a Orembae, con el corazón roto pero con la esperanza que le da llevar
al hijo de Aitor en sus entrañas y el conocer a don Vespaciano, Emanuela
emprende un nuevo destino de la mano de su amigo del alma, Lope y de su amiga
Ginebra.
La calidez y el amor en el recibimiento la llena de tranquilidad, pues
nunca se le juzga por su estado, y al contrario, la llenan de cariño y de serenidad.
Ella se hace cargo de Amaral y Medeiros, quien con sus cuidados amorosos, y la
imposición de sus manos santas empieza a mejorar de manera notable, y más a
sabiendas que el hijo que Emanuela espera, es su nieto, hijo de su adorado
Aitor.
Su familia de San Ignacio Miní, así como su pa’i Ursus al saber dónde se
encuentra, acuden en tropel a verla y a abrazarla después de tantos años
transcurridos. Malbalá no volverá a dejarla, se quedará junto a la hija de su
alma para asistirla durante el parto, en el cual dará a luz a Octavio, el
hijito añorado de ella y de Aitor.
Mientras tanto, él alejado de ella, empieza a trabajar, y a echar a
andar la mina de estaño que don Edilson le había heredado. Sin tener
conocimientos, aprende desde cero, y con ese espíritu aguerrido y combativo
sale adelante a pesar del dolor lacerante que siente al estar alejado de su
Jasy y de su hijo, a quien va a conocer “clandestinamente” y ama desde el
momento que lo toma en brazos y sus ojos se posan en él.
Durante
seis agonizantes años separados, suceden demasiadas cosas para ambos. Un
Hernando de Calatrava que atando cabos descubre quién es en realidad Emanuela
Ñeenguirú y qué importancia vital tiene en su vida. Un Amaral y Medeiros que recuperado
del todo por el amor dedicado de su nuera, reconoce a su nieto Octavio y por lo
tanto da su apellido a Aitor y todo lo que eso conlleva. El Tratado de Permuta
sigue su cauce, generando conflictos y matando gente inocente. La Santa
Inquisición más alerta que nunca, persigue a blasfemos, brujas y herejes, como
también a bígamos y sodomitas. Manú a pesar de esto, no puede dejar de “curar con
sus manos” si estaba en ella el hacerlo. Sabe que su don le ha sido dado por
Dios, y tiene que ponerlo al servicio de quien lo necesite. Y una muerte,
finalmente da la libertad para que dos personas puedan estar juntas hasta la
eternidad.
Lejos
de ella, Aitor sigue cometiendo errores. Errores por el carácter iracundo que
lo caracteriza, errores por la sangre caliente que corre por sus venas y no lo
deja estar sin mujer, errores por su ignorancia, errores por su misma estirpe
indígena… Pero a su favor, es que esos errores jamás los hace por maldad. Jamás
los hace con la finalidad de dañar a alguien, y menos a Emanuela que siempre ha
sido la luz de sus ojos.
Como
“Almanegra” se aventura al peligro, sin medir las consecuencias. Domingo
Oliveira y Laurencio nieto, llegan a tenerlo a su merced, y si no es por la
intervención de Titus de Alarcón que
hace presencia y el gran cariño que
siente por Manú, Aitor no hubiera salido vivo de esa.
Finalmente,
un reencuentro que se espera y se añora, y que llegado
el momento, hace vibrar a Emanuela de los pies a la cabeza. Pero es tanto su
enojo, tantos sus celos enraizados, que a pesar del amor que la consume se
cierra a Aitor y lo hiere con sus palabras. Él tomando medidas, nada
didácticas, la hace volver a él, y aunque Manú no puede quitar de su cabeza la
imagen de Aitor con otras mujeres, cuando escucha sus explicaciones, sabe que
es verdad lo que oye,pero sobre todo, cuando mira en el fondo de esos ojos
dorados que son el reflejo de su alma y que nadie conoce mejor que ella. Sabe
que las cosas son como él dice, porque para Aitor los parámetros establecidos
nunca han importado, las leyes las marca él; él es quien plasma sus normas,
pero sobre todo sabe que la ama de la misma manera casi demencial que ella lo
ama a él, y que su Aitor jamás haría algo conscientemente para dañarla.
Y
es así, como perdonándolo nuevamente, encuentran la sanación de su alma, se
reencuentran en el amor, y finalmente, pueden hacer su sueño realidad… Ese
sueño con que ambos han soñado desde que entendieron que se amaban y que ambos
se pertenecían hasta el fin de los tiempos. Dan rienda a su pasión guardada, y
nada ni nadie los detiene a la hora que de amarse se trata.
Para
Aitor comienza una nueva aventura llamada Octavio. Porque es un diario convivir
con su hijo, y es el tratar de granjeárselo para lograr su amor. Es comprender
que a pesar de ser prácticamente iguales en el físico, en la forma de ser son
lo opuesto. Octavito creció en medio de un ambiente de amor y de empatía,
mientras que Aitor tuvo que sobrevivir y defenderse del odio de su pueblo e
incluso del que creía su padre. Al igual que con sus hijas Ana y María, que a
pesar de ser más grandes, nunca simpatizó con ellas pues siempre le recordaban
el error cometido con Olivia, por el cual había perdido tantos años a Emanuela.
Siguen
surgiendo malos entendidos que se solucionan por el gran amor que los embarga.
Llegan pérdidas a sus vidas, pérdidas dolorosas que se lamentan en el alma y
que a los ojos de todos, no tienen razón de ser.
Y
la vida aún les tiene preparados mil y un periplos. Y no bien salen de uno,
para caer en otro. Siendo siempre blanco de envidias, de gente que no puede ver
felices a otros, personas que no se pueden alegrar con la felicidad y la dicha
de los demás. En ocasiones siendo Aitor el destinatario de los desatinos, y en
el más crudo de todos, es Emanuela quien cae en manos de la Santa Inquisición,
siendo acusada de tener poderes adquiridos por ser amante del demonio.
Con
Aitor lejos, sin poder ayudarla, Manú embarazada de Hernando, sufre y teme por
su vida y la de su bebé, más sabiéndose a merced de Murguía, ese medicucho de
mala muerte que reapareció en escena, después de haberlo dejado plantado en
Buenos Aires, y de doña Nicolasa que ha emprendido una batalla campal contra
ella para borrarla del camino, y dejarle campo libre a Ginebra. Por más que abogaron a su favor gente
importante de Asunción y sus pa’i de la Compañía de Jesús, Emanuela está a
punto de ser condenada por brujería, cuando surge uno de los momentos más
importantes… Hernando de Calatrava saliendo de su escondite, va al
confesionario donde se encontraba Ifrán y Bojons, el Inquisidor, y le cuenta toda
la verdad acerca de Manú y su origen. Una verdad que llena de impotencia a fray
Claudio, una verdad que le llena el alma de dolor y compasión, y no tiene más
remedio que pedir perdón, y hacer lo que corresponde, ya sabiendo la realidad
confirmada.
Pasados
los años, la Compañía de Jesús es expulsada definitivamente de América por el
Papa Clemente XIV y el rey Carlos III de España, por lo tanto Ursus, con 70
años encima, va camino al destierro con sus hermanos jesuitas. Cuando una
emboscada los cerca y piden que el cura Urízar y Vega les sea entregado… Sí, su
Aitor arriesgando su vida, había ido a rescatarlo para llevarlo a vivir a su
lado y con Manú: Sus hijos, su familia.
Sus
vidas nunca serán tranquilas, pues siempre habrá algo que las alterará, pero
mientras ellos dos se mantengan unidos, no habrá nada que pueda doblegarlos.
Manú,
un ser de luz desde que abrió los ojos a este mundo. Con un don sanador en sus
manos, y un temple que parece delicado, pero que no lo es. Una personalidad
dulce, pero que es quien lleva el dominio bajo su manga. Ella se sabe la
poseedora para someter con una palabra o una mirada a Aitor. Ella se sabe la
luna que le da poder al mar, que aún en su inmensidad y su bravura, no es nada
sin la luna que le da esa fuerza. Emanuela tiene el alma buena, por más daño
que se le haya hecho, ella siempre tiende a perdonar tarde o temprano… quizá sea
por su mismo don sanador que actúa en ella liberando su alma de la carga de un
odio que en nada le hará bien.
Aitor
es el polo opuesto. Desde niño creció con odio por quien creía su padre.
Maltratado física y verbalmente, y temido y odiado por su pueblo, se cubre de
una coraza impenetrable. Aprende a pelear y a defenderse, contando apenas con 4
años. Su único amigo era su pa’i Ursus, y es él, quien le lleva el regalo de su
vida, su amor para la eternidad, su Jasy. Y a pesar de todo lo logrado, a pesar
de saberse el destinatario del amor más puro y noble, siempre seguía esa inseguridad,
de saberse un indio, un ser inferior frente a todos los que se le presentaran a
Emanuela. Sí, él era el dios del estaño, uno de los hombres más ricos de
Asunción, un Amaral y Medeiros… pero a fin de cuentas, un indio. Y eso siempre
lo hacía sentir menos. Por eso, es imposible no sentir una ternura infinita
hacia él desde que era un niño, y entenderlo y comprenderlo. Muchos de sus
actos no se justifican, pero se comprenden cuando se ve el entorno y la
situación que acompaña al hecho.
Con
Aitor no hay medias tintas, o lo amas, o lo odias. “—Aitor es como es, y basta —sentenció Vaimaca”. Con esas simples
palabras se resume en esencia lo que es Aitor.
Aitor
es de Manú, y Manú es de Aitor. Con un amor que raya en la demencia como ellos
mismos dicen, que a veces no se entiende, que a veces da miedo por la
intensidad con que se siente. Un amor que nació con la vida, y que permaneció
como la encina, a pesar de los hachazos que el destino les causó.
"No puedo vivir sin amarte, pero, por
amarte como te amo, a veces me cuesta vivir.
- ¿Por qué?- inquirió él, con acento angustiado.
- Porque sé en qué me convertiría si te perdiese, y ese conocimiento a veces empaña la felicidad que me das. Es una tontería, lo sé, pero no puedo evitarlo.
- No es una tontería. Ya lo hemos hablado y te comprendo. A mí me pasa lo mismo".
- ¿Por qué?- inquirió él, con acento angustiado.
- Porque sé en qué me convertiría si te perdiese, y ese conocimiento a veces empaña la felicidad que me das. Es una tontería, lo sé, pero no puedo evitarlo.
- No es una tontería. Ya lo hemos hablado y te comprendo. A mí me pasa lo mismo".
Y
una vez más, termino un Bonelli con lágrimas en los ojos, y tantos
sentimientos a flor de piel. Amando la historia de principio a fin. Me enamoré
en “Jasy”, me sentí cautivada en “Almanegra” y termino pletórica en “La Tierra
sin mal”.
Me
siento exhausta de tantas emociones experimentadas, más conocedora de la
historia de los Jesuitas, y totalmente agradecida por tener la dicha y el
placer de leer y amar las letras de Florencia Bonelli.
Una
historia diferente. Unos personajes distintos, llenos de matices, de imperfecciones, con errores que a mis ojos los
hicieron más humanos y merecedores de amor e inspiradores de una ternura
infinita.
Quedo de nueva cuenta agradecida contigo, mi queridísima Flor por tu talento y magia que me envuelve y me lleva a viajar por tantos lugares mágicos, cada vez que tomo una historia tuya entre mis manos.
Quedo de nueva cuenta agradecida contigo, mi queridísima Flor por tu talento y magia que me envuelve y me lleva a viajar por tantos lugares mágicos, cada vez que tomo una historia tuya entre mis manos.
¡Gracias por Aitor!, ¡Gracias por Emanuela!,¡Gracias
por el El Yvy Marae’y!
Te
quiero hasta el “FIMINO”…
Flor
Bonelli...¡Gracias por existir!
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