"Sus ojos fueron mi guía. No vi a nada ni a nadie. Sólo puse mi vista en él, que con esa mirada enamorada y esa media sonrisa de su boca fue una especie de imán que me atrajo en cada paso. Era un trayecto breve, pero para mí fue eterno. Recordé las peleas, las indirectas, las traiciones, los rencores, la pasión desenfrenada y esta nueva manera de amar que descubrimos. Una manera más calma, más sincera, más sólida.
Cuando al llegar me tomó la mano supe que allí, entre sus dedos, quería quedar entrelazada para siempre".
Un amor que socialmente no era permitido, ni se podía concebir... nació. Y nació a través de una mirada, de la curva de una dulce sonrisa y del suave sonido de una risa espontánea y contagiosa.
Dimas y Magdalena se conocieron en el año 1915,- años anteriores a que se desatara una lucha candente en la Argentina-, y nada volvió a ser lo mismo en sus vidas.
Y a pesar de sus sentimientos, deseos, pasión desenfrenada y los planes soñados... el temor, las malas decisiones, el miedo a lo desconocido y un patriarcado fuerte y dominante, terminó con las ilusiones de amor eterno de la pareja y en cierta manera con la vida de ambos.
Un sistema patriarcal que sesgaba anhelos, deseos y sueños. Que solamente permitía la voluntad de los hombres, y las mujeres no tenían voto para decidir a quién querer, lo que deseaban hacer o qué anhelaban "ser" en sus vidas, más allá de amas de casa y adornos que sus maridos podían presumir en alguna cena o evento de sociedad.
De 1918 a 1921, los destinos de Lena y Dimas se vuelven a cruzar en medio de los levantamientos y revueltas de los obreros de los pueblos de La Forestal. Esos hombres trabajadores que solamente peleaban por jornadas laborales justas, mejora en los sueldos, y recibir como pago billetes y no "vales" que no servían para enviar a sus familias.
Una guerra que enfrentó a los obreros con sus patrones, y terminó en una masacre que tiñó de sangre la historia argentina.
Una lucha que no habría tenido razón de ser si los patrones hubiesen sido justos y humanos con esos hombres que día a día se partían el alma por trabajarles con ahínco y entrega, y que solo esperaban recibir a cambio lo que merecían por ley y por humanidad.
Con el paso de los años, Magdalena y Lucrecia, amigas desde aquel 1915 que las marcó, sacaron adelante su casta y defendieron su género por sobre leyes y decisiones tomadas, haciendo lo que sus corazones clamaban por realizar, y aunque "a escondidas" trabajando en puestos que inmiscuían la política, y las injusticias suscitadas en esa época.
Y esta intensa y hermosa historia nos habla de eso de manera coral. No solo de esos grandes amores que sobreviven tiempo, distancia y errores, sino de mujeres bravías que rompieron con los moldes establecidos y vencieron los estereotipos marcados por los hombres. Pero también de hombres comprometidos que lucharon por sus ideales desde la trinchera que les tocaba, para vivir en un mejor presente y dejar un futuro más prometedor a futuras generaciones.
Lena y Dimas se amaron en un tiempo convulso y castrante, logrando sobreponerse al fin de su relación, y emergiendo con la fuerza de los sentimientos que son verdad, que gritan amor por cualquier costado, y que llegan para quedarse. Que se tatúan en el alma y se graban a fuego en la piel, porque... "la piel no olvida".
Con lágrimas emocionadas terminé esta bellísima historia, con otras paralelas que la engrandecen aún más.
Dimas, Magdalena, Lucrecia, Santiago, Teseo, Mary Jeanne, Luis... personajes intensos, de esos que también se quedan por siempre en el corazón.
¡Gracias querida Fernanda Pérez por esta bellísima historia!
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