"Es necesario haber sufrido para saber qué es el dolor, haber amado para saber qué es el amor y haber perdido para saber que la vida es un juego de toma y daca capaz de juntar los momentos más sombríos con los más luminosos".
Cuando Emma Lavender queda huérfana por segunda ocasión, y gracias a la palabra "galletas", es que comprende que su tiempo en Londres ha finalizado. Esa pasividad en que se había convertido su vida debía de terminar y empezar de nuevo. No más morgue, ni cadáveres, ni frío y vacío en su corazón. No más calles atestadas de ruido, contaminación y suciedad. Wellington, Nueva Zelanda se le presentó hermoso, atrayente y cautivante desde las páginas coloridas de una revista de National Geographic... ¿Qué podría perder, cuando a ciencia cierta no tenía nada?
Llega a Wellington ilusionada, y por azares del destino el café Hunter´s se presenta ante ella en el camino, y ese delicioso olor que emanaba de su interior la hacen adentrarse en ese lugar, sin saber que habrá un antes y un después en esa acción realizada. Consigue un empleo como camarera, y ese carácter especial y su alegría intrínseca le sirven para ganarse a los comensales habituales que llegaban cada mañana al café.
David Hunter, su jefe, es un hombre sumamente atractivo y hermético al mismo tiempo. Con un pesadísimo lastre que carga diariamente y que no le permite avanzar, ni perdonarse.
Ambos, Emma y David, tienen un pasado que les duele, que por momentos los ahoga y les nubla la razón, pero ella encara al presente con optimismo, esperanza y deseos de ser feliz, en cambio David se culpa a diario por un acontecimiento vivido en un ayer que lo ha marcado. Mucho es lo que deberá sanar, para poder ser libre y vivir de nueva cuenta.
Con el paso de los días, Emma reconoce que Wellington se le ha metido en el alma. Esa playa de arena negra, el olor a salitre, el eterno viento que despeina, las inmensas olas, los cautivantes acantilados, la especial cultura maorí, la sencillez de su gente, e incluso su rugby y su haka. Y sí, especialmente David.
Y para él, ella, sus pecas y su presencia, le remueven la cuadrada esquemática en que se había convertido su existir.
Una historia que se mete por los poros, y que se vive y se siente con los cinco sentidos. Una historia que habla de segundas oportunidades, de recomenzar desde cero, de aceptar el pasado y aprender a vivir con él, pero no como un lastre que te obstaculiza el seguir avanzando. Habla de amor, de amistad. Habla de perdón, de perdonarse, de perdonar.
Carmen Sereno nos desmenuza con calidez, no sólo una historia de amor, sino un lugar que se adentra en el corazón, porque el conocimiento que tiene acerca de Nueva Zelanda, queda constatado en cada frase, en cada camino, en cada lugar que se narra. En cada planta, en cada flor o animal, en cada comida y su preparación, en la cultura de su gente, en las sonrisas de la familia de Kauri. En ese apretón de manos en el momento justo, o en ese abrazo que no sólo abarca un cuerpo, sino envuelve un alma y su sufrimiento.
La historia de amor es preciosa, sí, pero la historia de vida es aún mejor.
Las enseñanzas, las frases, el paisaje que avistamos en cada página leída... invita. Invita a tomar un avión y tras 15 horas de vuelo poder caminar por esas playas, ver la inmensidad del mar y a esos surfistas montando la cresta de las olas. Invita a dormir en la playa bajo el cobijo de las estrellas, y poder encontrar ese café donde se cocinan unos bagels deliciosos y se toma un café, preparado en una nueva cafetera.
¡Me encantó y lo recomiendo totalmente!
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