“A todas luces, mi
abuela Ventura sería juzgada favorablemente, porque sus acciones y sus méritos
demostraban su valía. Para mí: la aguerrida, la audaz, la amorosa, la prudente,
la bella, la que olía a gardenias, la que poseía una memoria sin par, la que me
mimaba”.
Ventura
Eskenazi amaba su mundo. Su Estambul la llenaba de colores, de olores, de
sonidos, de sabores, de pertenencia, de amor, de las aguas del Bósforo, de las
cúpulas de las Mezquitas. Pero asumió su destino, y aceptó irse a casar a
México, con el hombre que sus padres habían decidido que sería un mejor mundo
para ella.
Con
19 años, sola, con miedos, temores, pero también esperanzas, dejó atrás todo lo
que conocía, lo que amaba. Sus padres, sus hermanos, su comida, sus
tradiciones, sus lunas ámbar de Estambul.
Llegó
a Veracruz en 1927, y sin conocer a Lázaro mas que por fotografía, se casó con
él. Con el tiempo, la convivencia, los días y los años, se enamoraron de verdad.
Su historia comenzó al revés, pero funcionó.
Un
nuevo mundo por ver, por conocer. Nuevos paisajes. Nuevos olores y sabores, que
mezclándose con sus tradiciones, lograron recrear las recetas que su madre,
Sara, le había enseñado desde niña. Se incorporaron nuevos ingredientes, nuevos
colores… pero la comida, siempre fue un ritual importante para su vida. Un
remedio para el cansancio, la tristeza, la pesadumbre, pero también para las
alegrías, las buenas nuevas, la esperanza.
Ventura
fue una mujer fuerte, una mujer decidida. Una mujer de una excelsa madera, que
la hizo afrontar y soportar las vicisitudes de la vida. A veces, creía que se
rompería en mil pedazos, pero su espíritu turco, aunado al mexicano que aprendió,
la sacó una y mil veces adelante ante tanto dolor, sufrimiento y añoranza.
Despedidas,
llanto, dolencias… Nuevos comienzos, amor, anhelos y sueños.
Cambios
en su entorno: el Gran Bazar de Estambul, por el mercado de La Merced. La
música turca que hacía agitar sus caderas, por los sones del mariachi. Las
burkas por rebozos. Las cúpulas de las Mezquitas, por las torres de las
Iglesias Católicas.
Siempre
con su lenguaje ladino o judeoespañol que nunca pudo dejar de hablar. Característico
de su pueblo judío sefardí. Con sus tradiciones tan intrínsecas en ella. Con
sus creencias y sus rituales. Con su amor a la cocina y a su gente.
Ventura
Eskenazi, la mujer que lo dejó todo y cruzó el Atlántico en busca de un nuevo
destino. Ventura la de Lázaro. Ventura la de Nissim. Ventura la madre de sus
hijos. Ventura, la abuela de sus nietos. Aquella que se juró volver algún día a
su amada Estambul, para abrazar a sus hermanos, para serenar su alma ante la
tumba de sus padres, para recorrer sus
callejuelas, para escuchar sus sonidos, su música, los gritos de los
vendedores. Ventura la que miraba el Bósforo sentada en una banca. La que veía
sus lunas color ámbar reflejándose en el agua. Ventura la que entregaba su amor
por medio de sus recetas. La que superó el dolor, y se dio una segunda oportunidad
para amar. Ventura la mujer que se perfumaba y olía a gardenias. La del baúl negro,
lleno de recuerdos de vida. La de herencias y nuevos legados. Ventura la de los
dos amores: México y Estambul: “Sus dos
amores. Para ella, los dos significaban arraigo y desarraigo; las dos ciudades
eran una. Como si ambas se fundieran en una sola imagen”.
Sophie Goldberg, la escritora y nieta de Ventura, es quien nos lleva de
la mano a través de la vida de su abuela. Gozando unos momentos, llorando con
el alma otros más. Recorriendo partes de Estambul y de México a principios del
siglo XX.
Narrado en tercera persona, y con acotaciones particulares que Sophie da
a determinados momentos, en los que ella tiene anécdotas o recuerdos
específicos.
Con un lenguaje fluído, mezclado con diálogos en ladino, nos narra una
historia maravillosa, una historia de una vida plena, completa, admirable. Una
historia preciosa, conmovedora, de matices, de enfrentamientos, de alegrías y
sufrimientos. De olores y muchos sabores. Compartiendo además de todo esto, las
maravillosas recetas de esta increíble mujer, que lo dejó todo, para empezar de
cero: Ventura Eskenazi.
¡Un placer inmenso haberte descubierto Sophie Goldberg! Y una delicia
haber conocido a tu entrañable abuela, por medio de tus letras.