"Aunque apenas pudiera sentir con la yema de los dedos la fuerza de cada cabello que pugnaba por salir, seguía siendo Alma. Más que nunca Alma. Tomó la pashmina azafrán y la envolvió alrededor de su cabeza. Si las paredes anchas y la muralla de piedra ocre de Tatev resplandecía desde el siglo IX con el atardecer, ella también debía poder resplandecer".
Alma Parsehyan, una hermosa mujer de origen armenio. Inteligente, independiente y con un trabajo que le gusta y la apasiona; es periodista del "Boston Times". Y es ahí donde conoce a Lucciano Conti, compañero de redacción e hijo de uno de los dueños.
La atracción entre ellos es inmediata, incendiaria, incontrolable, pese a que Alma es mayor que él. Su relación empieza a ser íntima, especial, profunda... no obstante que él no es un hombre libre.
Cuando hay un quiebre en su vida, cuando las cosas pareciera que se desmoronan, aparece Hrant, y ese deseo largamente acariciado de viajar a Armenia se hace una realidad tangible.
Y en un viaje lleno de colores, de sabores y olores, de tradiciones, de comidas, de pasado, iremos conociendo junto a ella la tierra de sus abuelos, ese dolor arraigado con el que vivieron, esa gesta armenia que llevan con lágrimas, pero que los hace más fuertes.
Alma descubrirá a su familia, sus orígenes, y se irá conociendo y reconociéndose en su "yo" más íntimo, más profundo, más real.
Aprenderá de la historia que la circunda, de hechos que lleva tatuados aunque no los vea. De momentos y situaciones que finalmente entenderá y aquilatará.
Se dará nuevas oportunidades. Vivirá lo que su interior le dicte, sin juzgar, sin castigarse.
Abrirá su corazón al futuro próximo...
Pero la aventura no acaba aquí, y aunque pareciera que solamente es una novela de amor con algunos tintes de historia armenia, de pronto hay un vuelco impresionante en la historia. Una sacudida que convulsiona al lector, que hace que por momentos el aire falte y los ojos se nublen. En una vorágine de sentimientos y sensaciones, nos veremos arrastrados en una trama política agitada, con tintes por momentos policiacos. Con una descripción tan clara, tan precisa, tan real, que se hace una exposición cinematográfica de los que vamos leyendo.
Un ir y venir en un texto que angustia, que oprime la garganta y que pone de nervios.
Con una claridad apabullante. Con emociones a flor de piel. Con movimientos tan precisos e inteligentes, como si se tratara de un juego de ajedrez, sí, ese que tanto amaba Alma y que jamás imaginó que le sería de tanta ayuda.
Y con un final tan real, tan inteligente, tan impensando... pero necesario.
¡Qué ganas inmensas tenía de leer esta historia!
Unas ganas que aparecieron en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2019, cuando pude conocer a su escritora Magda Tagtachian, y la pude escuchar, y sentí la pasión con la que habla, y el compromiso tan fuerte por mantener vivo el recuerdo del genocidio armenio. Una mujer que exuda inteligencia, y que ahora con éste, su segundo libro, se supera a sí misma con una historia tan completa, tan pasional, tan sentida, tan real.
¡La amé! De principio a fin. Y la recomiendo totalmente, porque ha sido una delicia perderme entre cada página.
martes, 21 de abril de 2020
miércoles, 8 de abril de 2020
"El Jardín del Mar"... su “Morska Gradina”.
"Quizá ésa es, de alguna manera, la ventaja que ofrece la inocencia
infantil, la naïveté de la niñez. Quizá el no tener plena conciencia de
la gravedad de lo que vivíamos me permitió ser feliz".
Cuando Alberto era un niño de 6 años, de la noche a la mañana, se tuvo
que hacer cargo de su familia y transformarse en el hombre de la casa. Los
nazis arrebataron del hogar a Efraim, su padre, llevándoselo a un campo de
trabajos forzados.
Y siendo un niño de seis años aprendió a comer poco, o a no hacerlo. A
ser el bastión en que Sofía, su madre, se apoyaba cuando el miedo la paralizaba.
A cuidar a Salomón, su hermano, tal como se lo prometió a su padre.
En un abrir y cerrar de ojos la vida les cambió de golpe. Miles de dudas
y de miedos los embargaban. No sabían si volverían a ser 4. Se animaron a ser
fuertes, a confiar, a creer que todo pasaría… pero corría el tiempo, y no
pasaba.
La Segunda Guerra Mundial los atrapó, los engulló, los minimizó.
Su único pecado… ser judíos en Bulgaria. A pesar de que el maravilloso pueblo búlgaro y la Iglesia Cristiana Ortodoxa, los defendió con tenacidad y firmeza
Aún así, su mundo se transformó.
Se quedaron vacíos ante la soledad que era no tener con ellos a Efraim.
Se volvieron temerosos sin la presencia férrea y el brazo poderoso que
siempre los
había defendido.
La tristeza brotó, ante la falta de risas, que fueron desapareciendo de
a poco.
Con hambre perenne por el racionamiento macabro que dejaba estremeciendo
sus
entrañas.
Se transformaron en errantes de un momento a otro. Teniendo que dejar su
hogar, su Varna tan amada, sus pertenencias preciadas, quizá no por el valor,
sino por lo que representaban. Dejando la casa que tanto amaban y donde se
sentían seguros y arropados. Diciendo adiós desde el alma a su “Morska
Gradina”, y llevándose solamente una maleta por persona.
Pero a pesar del dolor, de la incertidumbre y del miedo… la fe seguía
intacta. Y eso fue lo que les permitió seguir allá donde sus pasos los llevaron,
y a Efraim, sobrevivir aquel calvario de trabajo, enfermedad y muerte.
Y fue la fuerza del amor la que los mantuvo, la que los contuvo y la que
les permitió seguir cuando parecía que ya no había aliento, cuando se sentían
desfallecer, cuando el miedo los dejaba inmovilizados.
Fue el amor el que les permitió volver a estar, volver a ser, a hacer, a
crecer, a soñar y a seguir viviendo.
Fue el amor el motor que los incitó a borrar el pasado para poder andar
hacia un nuevo futuro… aunque no a todos.
Y el amor fue la fuerza movilizadora que los impulsó a luchar hasta las
últimas consecuencias y empezar de cero, lejos... pero juntos.
Siempre extrañando su Varna amada, su Jardín del mar, su Mar Egeo… pero
siempre agradeciendo el seguir unidos, vivos.
Los ojos de un niño nos llevan desde la tristeza más profunda, hasta la
alegría inconmensurable. Del miedo más atroz a la esperanza de renacer. De
vivir en la oscuridad, a volver a ver el brillo del sol.
La historia de Alberto, el padre de la escritora, narrada con una prosa
majestuosa, una cadencia perfecta y una intensidad maravillosa.
Y el crecimiento de Sophie como escritora, es impresionante. De sus “Lunas
de Estambul”, libro que amo y he recomendado y regalado varias veces, a éste, se
nota un progreso enorme en su narrativa.
¡Hermoso libro, hermoso!
¡Un libro que recomiendo totalmente!
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