12 de Febrero de 1736. El padre Ursus , superior de la Compañía de Jesús en
San Ignacio Miní, regresa de Asunción, navegando por el río Paraná, en compañía de un niño de
casi 5 años, Aitor Ñeenguirú, su guaraní
consentido desde el momento mismo que su madre se lo pusiera en los brazos para que le diera
nombre. Y fue él quien lo bautiza como Aitor, nombre vasco de su abuelo.
Un niño, diferente y especial. No
contaba con las características físicas que distinguía a la generalidad de los
guaraníes. Era más alto y fornido, de piel más morena y no rojiza, y con un
color de ojos amarillo que lo hacía único entre todos, y acentuaba esa leyenda
que lo había estigmatizado desde su nacimiento, que era el niño luisón o lobisón, por ser el 7°
hijo varón de Malbalá y Laurencio, quien se transformaba en un perro gigante
durante las noches de luna llena, matando gente y comiéndose sus corazones. Por
eso lo odiaban, le temían, lo evitaban. Incluso su padre, quien lo había
marcado de por vida con un varazo dado en su ceja izquierda, dejándole una
cicatriz permanente.
Aitor veía la luna llena,
embebiéndose y perdiéndose en su brillo,
en su tamaño, en su color… Cuando un grito desgarrado, transforma la
noche…y su vida para siempre.
A orillas del río, encuentran a
una joven mujer europea bañada en sangre y sudor. En agonía y susurrando por su
hija. Una niña recién nacida, a quien le ponen por nombre Emanuela, en honor a
su madre, que muere después del parto.
Aitor no puede despegar sus ojos
de esa niña, está obnubilado por ella. Y desde ese momento, su vida se encadena
a Emanuela. A su niña, tan blanca como
la luna. Su luna…su Jasy en guaraní.
Es la madre de Aitor quien la
amamanta, y es su familia quien la cría. Permanece en la misión por aceptación
del Provincial de la Compañía de Jesús, pero siempre sabiendo, que esa
situación no sería eterna. Una niña blanca, no podía permanecer por siempre con
ellos.
La historia gira en torno a
Emanuela y Aitor. Pero llevándonos a conocer
los andares de los pa’i, de Vespaciano Amaral y Medeiros, dueño de la Hacienda
Orembae, colindante a la Misión, y del pueblo mismo de San Ignacio Miní.
Secretos, intrigas, situaciones
que se van entretejiendo para el desarrollo magistral de esta historia. Los
personajes secundarios, cincelados y pulidos de una forma extraordinaria.
Aitor se convierte en la sombra
de Manú. En su amigo, su protector, su compañero, su salvador. Nunca la deja.
La cuida, la protege, la cela, la consiente.
Siempre pendiente de sus deseos.
De su natalicio. Siempre haciéndole regalos sencillos, pero especiales. Y sobre
todo, resguardando en todo momento el poder curativo que emanaba de las manos de Emanuela, por temor a
que la Santa Inquisición se enterara, y la acusara de hereje.
Él es celoso, posesivo y
territorial con ella. Ella es lo opuesto total: Dulce, tierna y sumisa. Pero
Aitor no es así por el simple hecho de serlo. Esa personalidad adquirida, fue
un escudo protector que se adhirió a su ser desde niño en contra del odio que
su padre y su pueblo sentían por él. Al sentirse dueño de Manú, y sabedor que
ella lo quería como a nadie…él la defiende incluso con su vida. Esto aunado a
que era un niño nacido en abril, un aries de pura cepa.
En un entorno en convivencia plena
con la naturaleza. Siendo un pueblo que hasta antes de la llegada de los Jesuitas,habían andado desnudos: la relación con sus cuerpos era algo natural.
El despertar sexual de Aitor, le
llega de repente, sin ser prácticamente consiente, durante un sueño. Y desde
ese momento, con esa personalidad, ese deseo despertado en su interior y esa
energía que lo sobrepasa, su sexualidad y la lujuria de su juventud lo domina.
Empieza a sentir cosas por su
Jasy, que nunca había sentido. Su cuerpo empieza a despertar a sus deseos al
verla… A ella que es toda inocencia…Y no desea corromperla.
En una época y un contexto en que
una niña de 11 o 12 años que “sangraba” por primera vez, ya estaba lista para
casarse y tener hijos. Eso era lo natural, debido a la esperanza de vida tan corta que poseían… Emanuela
también cambia. No sabe lo que le sucede. Se siente abrumada. Pero lo que
empieza a sentir por Aitor, se hace más fuerte y especial…diferente a sus otros
hermanos de leche. Siente “cosas”, su femineidad despierta ante la presencia de
él. Su cuerpo cambia y se convierte en mujer… Y es él, quien está a su lado explicándole y enseñándole que
todos esos cambios y esos deseos que experimenta, son algo natural, algo que es
parte de la vida, aunque los padres de la Misión lo considerasen pecado.
Pero más allá del deseo y la
pasión que los empieza a invadir a ambos, su sentir real, la médula de todo, es
el inmenso y profundo amor que se profesaban uno al otro.
"—A veces, cuando te digo que te amo, me
parece que esas palabras ni siquiera empiezan a explicar lo que siento por ti,
porque lo que tú me inspiras, Jasy, es tanto, pero tanto más. No te mentía
cuando te decía que eres el aire para mí. En ocasiones, cuando estaba lejos de
ti y me hacías mucha falta, me costaba respirar. "
"—Del amor que siento por ti. Siempre te
he amado, desde niña. Antes, como a un hermano, aunque ya entonces eras
especial para mí. Había algo en ti que me provocaba un brinco en el corazón cuando
te veía aparecer. Después, cuando hicimos el pacto de amor eterno y me elegiste
para que fuese tu esposa, me hiciste muy feliz y me di cuenta de que te amaba
como mujer. Pero ese amor ha crecido desde entonces, y es tan grande, y sé que
es eterno, y quiero que lo sepas, quiero que sepas cuánto te amo. Tanto, Aitor,
tanto. Quería que lo supieses —dijo, en un susurro tímido."
Manú siempre es dulce, tierna y
risueña. La “niña santa” del pueblo… Pero todos presencian cómo se transformaba en leona sacando las uñas, cuando de defender y proteger a su Aitor se refería.
Y en un momento crucial, atestiguamos de que a pesar que ella era su luna…ella sin él, no brillaba…"—La luna es oscura, me dijo el pa’i Santiago. Es el sol quien le presta
la luz." "Yo soy tu Jasy, tu luna, y tú eres mi sol ".
Aitor se equivoca muchas veces en
el transcurso de su juventud… pero su Jasy, teniéndole una fe total, nada
de lo que le dicen puede borrar su devoción y amor hacia él… Hasta que un
tropiezo grande, enorme, como ninguno, es presenciado por Emanuela, rompiéndole
el corazón en mil pedazos; sintiéndose herida, traicionada…y transformando en
trizas la confianza ciega que había depositado en Aitor.
Con
un final “momentáneo” que carcome las entrañas. Con un término de la historia
que lacera el alma y comprime el corazón… Uno se mete bajo la piel de Emanuela,
y se le comprende, y se llora junto a ella la traición vivida. Y aunque se
desea odiar a Aitor… ¡No se puede!. Se siente en carne viva su arrepentimiento…
Quema su agonía… Y sólo se puede escuchar una y mil veces en los oídos su
llanto y ese grito agónico que clama:
"—¡Oh, Jasy! -¡Amor mío, perdóname!
¡Perdóname!"…
"-Sí, Jasy,
sí, te amaré hasta el día del Juicio Final, para toda la eternidad. Jasy, amor
mío, vuelve a mí."
Una vez más, Florencia Bonelli, me has llevado al límite de mis sentimientos. Me has tocado el alma y dejado el corazón en un puño.
Tu investigación exhaustiva y tu prosa, me llevaron a adentrarme en la Misión Jesuítica del siglo XVIII, desde la primera página.
Tu magia, me llevó a vivir esta historia de amor, con la piel erizada, lágrimas en los ojos, y la vida escapando de mi ser, con ese final angustiante.
Te admiro profundamente, y te quiero con todo mi corazón...a pesar de las torturas que me haces vivir.
Sólo puedo terminar diciendo... Flor querida...¡¡ Gracias por existir !!